Hace algunos días se viralizó en redes sociales un tuit del exfutbolista Íker Casillas en el que ponía “Espero que me respeten: soy gay”, sin embargo, después lo borraría y tuitearía “Cuenta hackeada. […] Disculpas a todos mis seguidores. Y por supuesto, más disculpas a la comunidad LGBT”. Aunque muchxs lo tomaron como una simple broma, otrxs expresaron descontento al considerar que la reacción del exfutbolista no fue la mejor al borrarlo y pedir “disculpas”. Independientemente de si su reacción fue o no adecuada, este suceso nos sirve para reflexionar sobre la comunidad LGBTQ+ y el mundo los deportes.
Desde pequeño siempre disfruté ir a la escuela. Me entusiasmaba hacer amigxs, aprender cosas nuevas y disfrutaba de cada momento. Excepto de uno. Educación física. Desde que recuerdo, la clase de educación física (o deportes) era un suplicio que me hacía sentir miedo y retortijones, sobre todo cuando había balones de por medio.
Al principio pensaba que sólo era porque no me gustaban los deportes, luego creí que se debía a que era poco hábil para ellos. Más tarde descubriría que en realidad tenía que ver con que era menos “masculino” que mis compañeros hombres (por lo menos desde una perspectiva de masculinidad hegemónica) y que el deporte, según los expertos en masculinidades, es una de las instituciones culturales más importantes en la configuración de la masculinidad hegemónica (lo que conocemos como “masculinidad tóxica”: agresiva, dominante, heteronormada) (Vidiella, Herraiz, Hernández, & Sancho, 2010). y es que, el deporte es uno de esos espacios donde la supuesta “superioridad física biológica” del hombre frente a la mujer (y por tanto, de lo masculino frente a lo femenino) se perpetúa y legitima (Vidiella, Herraiz, Hernández, & Sancho, 2010). Por ello, tener una masculinidad alternativa (desmarcada de la hegemónica), con características menos agresivas, menos dominantes y más pacíficas y emocionales, es una “desventaja” en el mundo deportivo.
En este mismo sentido, autores aseguran que la homofobia está altamente enraizada en el deporte ya que éste, mantiene y perpetúa la desigualdad entre hombres fuertes, agresivos y competitivos (características bien valoradas en el deporte) y aquellos que no lo son (Vidiella, Herraiz, Hernández, & Sancho, 2010).
Por supuesto, cuando era niño no pensaba en nada de esto. Pero lo que sí pensaba era lo mucho que dolía ser el último al que escogían en los equipos de fútbol en la primaria, incluso cuando en realidad no quería jugar.
Mi relación con el deporte luego cambió un poco. Descubrí que me gustaba mucho nadar y lo hice por varios años, hasta la adolescencia. Luego en la prepa comencé a notar algo curioso, a pesar de que ya no me importaba ser “malo” en los deportes y de vez en cuando recibía algunas risitas cuando se trataba de tratar de encestar un balón o meter un gol, cuando hacíamos pruebas de velocidad, en lo que podía superar a varios de mis compañeros, su reacción era distinta, era de mayor camaradería, me incluían en su círculo y me celebraban.
Después de la prepa nunca volví a pensar en esto, hasta que, durante la pandemia de COVID-19 en 2020, regresé a natación. Sólo entonces fui consciente de los estragos que dejó en mí haberme sentido excluido de las actividades deportivas a temprana edad. Y es que, en ese momento, con 26 años, al entrar por primera vez a las regaderas de hombres, rodeado de jóvenes deportistas, me sentí pequeño, inseguro y vulnerable, incluso cuando muchos de ellos eran más jóvenes. Sentía que debía moverme lo menos posible, para que “no se notara”, para “no exponerme”, y salir lo más pronto posible. Luego, me di cuenta de que en realidad nadie me notaba, ellos ya eran un grupo y ni siquiera me veían. Y justo unos meses después, pasó algo que me recordó en mi experiencia en la prepa, fue hasta que lxs demás notaron que era bueno para algunos estilos de nado, y que podía hacerlo más rápido que otrxs, cuando comenzaron a hablarme, a notarme y a incluirme en su grupo en las regaderas. Y yo comencé a sentirme seguro, a hablar más con ellos, a sentirme parte del mundo deportivo.
A pesar de que esto parecería algo positivo, en realidad no se siente de ésta manera y es que, la comunidad LGBTQ+ ha sido tan desinvitada del mundo deportivo que ha sido tan hostil con nosotrxs, que nos ha hecho sentir que debemos ser buenxs para ganarnos un lugar ahí dentro. Sólo después de autoexigirnos más y de alcanzar más podemos ser “validados” por lxs otrxs. Y esto no debería ser así, deberíamos poder sentirnos cómodxs, bienvenidxs y segurxs, sin tener que demostrar nada a nadie.
Sólo creando entornos deportivos más seguros desde y para las infancias, podremos hacer que no haya otrxs por ahí, temerosos de los balones que, con casi 30 años, se quieran hacer chiquitxs, para sentirse segurxs.
Referencias
Vidiella, J., Herraiz, F., Hernández, F., & Sancho, J. (Octubre de 2010). Masculinidad hegemónica, deporte y actividad física. Obtenido de Redalyc: https://www.redalyc.org/pdf/1153/115316963006.pdf