Hubo una época en mi adolescencia en la que llegué a desesperar a mis papás durante las noches pues comencé ir a fiestas, de las que me desaparecía para explorar distintos caminos y sitios de la ciudad, caminar por ella a las tres de la mañana sin saber nada más del mundo, pero todo esto tenía un sentido por el cual lo hacía, vivir mi amor adolescente.
Caminar por la ciudad acompañados de la oscuridad de la noche y las luces de la ciudad como testigos de lo que estábamos viviendo, sin embargo era algo que no podía compartir con nadie más, porque cómo iba yo a tener un novio, eso era algo que no me habían enseñado mis papás, mi familia, la sociedad.
Comencé a hacerme preguntas ¿Qué iban a pensar de mí? ¿Está bien lo que estoy haciendo? ¿Es normal que esté haciendo esto? ¿Soy normal? Estas y un millón de preguntas cruzaban por mi cabeza y mientras cada que se creaba una de estas preguntas, se hacia un nudo en mi garganta, donde no podía expresar nada de lo que yo sentía o vivía. Conteniendo alegrías, tristezas, enojos, frustraciones.
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Hasta que un día estábamos esperando a mi papá en el auto mi mamá y yo, después de haberme regañado por no contestar el teléfono la noche anterior, ella me pregunta “Hijo, ¿tienes novia?» y yo respondí “No, tengo novio”, mi mamá volteó a verme y pude sentir como poco a poco se desencajaba. Yo no entendía lo que había pasado, ¿porque dije eso? Tal vez era ese cúmulo de sentimientos que querían salir y ser libres, lo que vino después como familia no fue fácil, mucha resiliencia y trabajo en conjunto, sin embargo con el tiempo lo fuimos asimilando y encontramos una armonía. Esa fue la primera vez que salí del closet pero lo que nunca pensé es que tuviera que salir del closet más de una ocasión.
Las siguientes personas con las que salí del closet fueron mis amigos, mi círculo mas cercano sin embargo me di cuenta que ni yo sabía lo que estaba viviendo porque jamás les dije soy gay, soy bisexual, son pansexual, simplemente les decía tengo novio, tal vez porque aun cargaba con “culpa” “remordimiento”. Y pensaba: ¿por qué tengo que hacer esto? ¿De verdad es relevante que ellos sepan mi orientación?
Pasó el tiempo y no tuve necesidad de salir del closet de nuevo, hasta que llegué a trabajar a una escuela, generé una relación verdaderamente buena con mis alumnos y es que me apasiona trabajar con adolescentes, tienen tanto por decir y tanta curiosidad, esa misma que los llevó a mis redes sociales. Yo me encontraba cenando cuando recibí una notificación de Instagram. Habían encontrado mi perfil, rápidamente lo puse en privado, no sabía que hacer, ¿ya habían entrado?¿habían visto mis fotos? No sabía cómo sentirme.
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Al día siguiente entré al salón y sentía una mirada juzgadora, la verdad no encontraba las palabras para siquiera empezar la clase. Era inevitable, teníamos que hablar del elefante en la habitación. Había preparado una actividad para la clase en la que trabajaríamos sobre la diversidad, la equidad y la empatía. Titubeante comencé la actividad y poco a poco ellos fueron asimilando muchas cosas que ellos tenían hasta el momento que les expliqué sobre mi orientación sexual y fluí. Sentí el apoyo de ellxs hacia mí.
Si bien era maestro, ese día me tocó aprender de mis alumnxs. No me debe de importar lo que piense la gente de mi y es que las personas preferimos a gente real, genuina, personas sin disfraces, ni armaduras; siendo honestos disfrutamos la compañía de la gente real.
Años después aprendí a hacer standup Comedy y reforzaron esta teoría, tienes que ser real con tu público, mostrarles quién eres para que disfrutes y disfrutes. Y es que si pensabas que habría una respuesta a la pregunta ¿Cuántas veces tengo que salir del closet? es que no la hay pero trabajo para que las siguientes generaciones no tengan la necesidad de hacerlo. Subiéndome al escenario cada vez con más orgullo, tomando el micrófono y diciendo: ”Hola buenas noches. Soy Emanuel Leyva y soy gay…”