Yo no salí del clóset, me sacaron. Una noche del 2010, cuando mi madre me llamó a su habitación con un tono muy serio en su voz. Dijo que teníamos que hablar. Entré a la habitación y mi madre, quien estaba viendo plácidamente su telenovela, apagó abruptamente la televisión y se sentó en la orilla de la cama. Esto iba en serio. Del cajón de su buró sacó mi diario personal. Ese, donde a mis 14 años, había escrito con lujo de detalle cómo había sido mi primer beso con una chica. «¿Me puedes explicar qué es esto?», dijo ella mientras agitaba la libreta en su mano.
Yo pude haber dicho que me sentía profundamente invadida en mi intimidad, que no tenía ningún derecho a tocar mis cosas y mucho menos leer mi diario, pero ¿cómo decir todas esas cosas frente a una madre cristiana que en ese momento pensaba que su hija estaba «condenada al infierno»? No había mucho por hacer. Entre titubeos y lágrimas le dije que sólo había sido un beso, que no era para tanto.
Al parecer, sí era para tanto por que tuvieron que pasar por lo menos diez años para que mi mamá aceptara que tenía una hija lesbiana. Diez años de, en primera instancia, un rechazo total (casi violento) cuando yo trataba de tocar el tema. Después, un silencio menos cruel pero que siempre iba acompañado de la frase «haz lo que quieras, pero a mí no me cuentes nada y ni si te ocurra traerme una muchacha a la casa«. Luego vino un «¿es que no entiendes que no quiero que te lastimen? La gente puede ser muy cruel con las personas como tú.» Y finalmente un «¿y esa chica te hace feliz?».
A veces, como jóvenes queer, es complicado entender qué pasa por la mente de nuestras familias y amistades cuando salimos del clóset. A veces tenemos que salir del clóset una y otra vez, incluso mentalizándonos para lo peor. A veces creemos que es odio, lo que en realidad es miedo. Ante un mundo todavía tremendamente fóbico, puede que nuestros seres queridos no sepan expresar que tienen miedo de que alguien nos lastime y por eso prefieren que nosotres guardemos silencio junto con elles. Entonces, ¿cómo le hacemos para que ese miedo se convierta en aceptación?
Diez años después de esa conversación en la recámara de mi madre, llegó la época decembrina y en ese entonces yo tenía una novia que vivía a dos horas de mi ciudad. Ese 23 de diciembre, mi mamá me preguntó «¿y qué planes tiene tu novia para navidad?». Yo le contesté que no tenía mucho qué hacer, que se quedaría en casa con su hermano, a lo que mi madre me interrumpió para preguntarme «¿y si le dices que mejor pase la navidad y el año nuevo con nosotras?» Ahí fue donde, dejando de lado el hecho de que se me cayó la mandíbula de la impresión, fue donde entendí que la lucha se había terminado, que esos diez años de tratar el tema de la forma más tranquila (y hasta pedagógica) posible dieron frutos.
Sé que yo corrí con suerte, que el salir del clóset pudo haber terminado en que me corrieran de mi casa, o en algo peor como lo que pasa con muches de nosotres. Y no tengo ninguna receta, pero creo que el haberle dicho a mi mamá que el mundo hostil de allá afuera no me importaba, siempre y cuando ella siguiera siendo mi lugar seguro, le hizo ruido y la hizo reflexionar sobre el papel que ella quería jugar en mi vida. Ahora, ella es la más feliz de acompañarnos a comer a mi novia y a mí, y ¿por qué no? de vez en cuando regañarme porque todavía me da flojera peinar mis pelucas cuando doy show drag.
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