Chico Barbie: reflexiones neuroqueer

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Si lo piensas, todes somos chiques barbies en un mundo barbie.

Cuando era chiquito, yo jugaba a “las barbis” con mi prima. Desde chiques somos vecines, así que era muy común que viniera a mi casa a jugar. A veces también la acompañaba su hermano, y nos poníamos a jugar a que éramos una banda de rock. Pero más común era que ella y yo jugáramos con nuestras muñecas, sentades en el piso. Seguíamos jugando con ellas cuando éramos prepubescentes. Yo no las cuidaba tanto como ella. Les arruinaba el pelo, les perdía sus zapatos, les ponía “mal” la ropa. Me dijeron que si no las cuidaba mejor me las iban a dejar de comprar. Pero me las seguían regalando, porque en ese entonces se creía que yo era niña y las niñas juegan con muñecas.

Un mundo Barbie

He sido testigo de todos los argumentos en línea sobre el rol que la muñeca Barbie tiene en la sociedad. Las críticas a los estándares de belleza, el posicionamiento de Barbie como una girlboss empoderada. Sea cual sea el debate, todes parecen estar de acuerdo en que esta marca tiene el poder de transformar la manera en la que las infancias conceptualizan la feminidad. En la película epónima el año pasado, la muñeca es acusada de ser fascista en una escena que demuestra que el acto de criticar a Barbie en sí es tan esperado que hasta Mattel puede hacerlo.

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Yo lo único que puedo añadir a esta larga, larga conversación es mi perspectiva de chavo trans rarito. Sé de otras personas trans* para quienes tener una muñeca era un deseo que familiares y la sociedad suprimieron. Pensando en elles siento que debo disculparme con todas las barbies cuyas extremidades he tronado. Todas mis barbies se volvían barbies raras después de un rato. Nunca las odié, a decir verdad. Ni siquiera era que me opusiera a lo que representan. Sólo creo que encontré mi propia forma de jugar con ellas, que casualmente involucraba meterlas en calcetines viejos. O cortarles hoyos en la ropa.

Si fuera a presumir mis tendencias destructivas como evidencia de que siempre he sido un hombre estaría siendo deshonesto. A lo largo del tiempo han existido un sinnúmero de niñas que por razones diversas han rechazado a sus muñecas y asociar a la masculinidad con la violencia no beneficia a nadie. Pero aún así escarbo entre mis memorias, buscando los pedacitos de mi identidad que no encajaban tan bien como se esperaba.

Cavo y cavo en lo profundo de mis recuerdos, cada pieza que encuentro en mí más extraña que la anterior: la vez que pinté espirales en mi cara y brazos para ir a ver a mi abuela, o esa ocasión en la que, según me cuenta mi familia, me disfracé de payaso para ir a comer. Me siento raro y separado de una forma que parece solamente hacerme sentido a mí, como un pitido en una frecuencia que nadie más puede escuchar. La intersección entre mi neurodivergencia y mi género se me hace obvia. Aun así, siempre se me escapa cuando creo que ya la puedo definir.

Soy una persona Queer

Y es que a veces no me siento tan real. Parece que lo que hago no tiene sentido y lo que soy no siempre tiene una definición concreta. Creo que por todo esto me siento tan atraído al término cuir/queer. Soy bi, soy trans, también soy cuir, porque mi experiencia no cabe por completo en las primeras etiquetas. Queer no es solo un letrero más que añadir a mi identidad. Recojo esta palabra recordando sus orígenes como un insulto, su uso académico y la amplitud en su definición. Queer (raro), queer (monstruoso). ¡Queer! (cumplido).

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Para bien o para mal, siempre habrá gente que me verá como una imitación falsa de un “chico real”. Un chico Barbie. Pero estoy bien con eso. Crecí jugando con muñecas y ahora es a mí mismo a quién visto raro. Es mi propio cabello el que corto a mi gusto. Me arruinaré y modificaré hasta estar contento porque las expectativas de género siempre han sido un juego que nadie gana. Al menos hay que divertirnos.

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